Por: Noémie Luciani (LeMonde.fr)
Opinión de Le monde: Ver la película
Difícil de imaginar un inicio más apacible que el de 'Sigo siendo', en el canto dulce y melancólico de una mujer mayor que se desplaza lentamente en una barca, sin destino aparente, en un lago entre la niebla. El realizador Javier Corcuera es sin embargo adepto de temas candentes. Niños trabajadores, guerras y guerrillas, derechos humanos pisoteados, democracia en peligro e inmigración están en el corazón de un trabajo vehemente de documentalista comprometido.
Mosaico encantador de músicos, cantantes y bailarines peruanos de hoy, Sigo siendo parece dejar muy lejos las reivindicaciones y las denuncias para deleitarse plenamente en el logrado homenaje del realizador al patrimonio musical inmenso de su país natal. Pero no hay que equivocarse: si es permitido vivir la película en la casi abstracción de un viaje de los sentidos (las imágenes que filma son tan hermosas como los sonidos que capta) la música que se desliza indudablemente por las tradiciones es también una vía más discreta para apoyar las grandes causas.
Este ya era el caso de la anterior película de Javier Corcuera, Checkpoint rock, canciones desde Palestina 2009, co-realizada con el cantante vasco Fermín Muguruza, que recorría la escena musical palestina comprometida para hacerle eco tanto a su dinamismo creativo como a las dificultades de hablar y cantar la situación política en territorio palestino.
El arte de habitar el tiempo
En Sigo siendo la música vuelve a ser un pretexto para viajar, y el viaje musical es en sí mismo la ocasión para señalar los retos políticos y sociales que emergen de la mano de la inmersión cultural. La más clara de todas es el agua: los músicos la celebran, tanto la mujer mayor en el lago como las cantantes que festejan su llegada al pueblo después de que los hombres despejaran su camino. En el corazón de la vida agrícola del país el agua está constantemente amenazada, principalmente por las explotaciones mineras. La película no aborda directamente este último aspecto: como languideciendo bajo el encanto de su propia materia, Sigo siendo parece renunciar a los discursos, confiando en los poderes inmemoriales de la sola música para despertar las conciencias. Lo que sugiere va de hecho más allá de las preocupaciones ecológicas y económicas contemporáneas: los músicos, incluso si deben a veces vender helados en la playa para ganarse el pan, parecen los últimos poseedores de un arte de vivir que es sobretodo el arte de habitar el tiempo.
Serenidad lúcida
Al final del recorrido, el documentalista se divierte oponiendo el bullicio de la vida citadina a la capacidad de los artistas para detenerse, para improvisar en un espacio incluso restringido (un callejón, un rincón de un bar) el tiempo deja entonces de correr y se contenta nuevamente con pasar, como la hacían sin dificultad las generaciones anteriores, que conocían un mundo donde no faltaban ni el agua ni las horas.
La música peruana es tan alegre como nostálgica. Sus intérpretes, que hablan con tanta deferencia de sus maestros en el arte, no parecen tan preocupados por el futuro ni tampoco por ese presente cuyas crueldades Javier Corcuera se ha dedicado a denunciar desde hace tiempo. Su serenidad lúcida se presenta no como una panacea si no como un arte de vivir con su época, valiéndose de su memoria, de su cultura, y de la belleza compartida para afrontar el día de mañana.
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