"La pista para el encuentro con el Perú son los músicos populares"
La socióloga e historiadora María Isabel Remy comparte con nosotros la emotiva reflexión sobre el Perú que le ha motivado "Sigo Siendo", proclamado Premio del Jurado al Mejor Documental en el Festival de Lima.
En el Perú tan grande, tan diverso en paisajes, gentes, culturas, son pocos los lugares de encuentro donde compartir, todos, al mismo tiempo, una misma experiencia.
Una voz antigua, una antigua sabiduría que se nutre del río, de la anaconda y de las lupunas, que nos dice que sigue viva desde el tiempo en que las personas no nos habíamos enfrentado, dominado y casi agotado la naturaleza, la voz mágica de Amelia Panduro, mujer shipiba, navegando en la inmensidad de un lago de la Amazonía, abre el encuentro con el Perú al que nos invita “Kackkaniraqmi. Sigo Siendo” la última película de Javier Corcuera.
En una de las escenas visual y musicalmente más logradas, la familia y los amigos de don Amador Ballumbrosio, violinista y zapateador de El Carmen en Chincha, van en romería al cementerio cantando y zapateando, acompañados nada menos que por don Máximo Damián y su violín ayacuchano. Nos enteramos allí que desde antiguo, las personas de Ayacucho y de Huancavelica bajan a las fiestas de tradición negra de El Carmen y que, quizás, esos encuentros introdujeron el violín en la música negra, más bien cargada de percusión.
La pista para el encuentro con el Perú son los músicos populares. Populares porque el pueblo los reconoce y los ama; porque alegran sus fiestas y sus vidas; porque el pueblo se reúne a escuchar sus voces y sus acordes en las plazas o en las peñas. Pero populares también porque nacieron en los mismos lugares del pueblo que los escucha, porque se desplazan en las mismas combis y, muchos, comparten las mismas estrecheces de su vida cotidiana. El anónimo heladero que nos vende un helado en playa arrastrando su carretilla amarilla, podría ser -¡lo es!- un maestro violinista admirado y respetado en la fiesta de Puquio. En una escena bellísima, Chimango Lares, cuando los bañistas se han ido, ofrece una serenata al mar. Y en la noche, un chiquillo, su alumno, desde un punto alto de la ciudad, uno de esos lugares a los que se llega subiendo interminables escaleras de cerros colmados de humildes viviendas, como pequeño domador, adormece la fiera urbana a sus pies, tocando con su violín una bellísima y sobrecogedora melodía andina.
Abajo, en un callejón de Barrios Altos, la jarana revive, con los recuerdos de la Gata Sabina que cantaba a dúo con Valentina (“sol y sombra nos decían” y sonríe desde sus noventa y cinco años), la voz joven, vibrante, de Victoria Villalobos y las manos negras expertas de Lalo Izquierdo, Félix Casaverde y Carlos Hayre. Voces jóvenes en Ayacucho, en Chincha o en Lima; manos expertas en guitarras, cajones, violines, arpas, charangos; hábiles pies de zapateadores chinchanos y de danzantes de tijeras, se mezclan y se separan, y nos muestran que con todo y nuestros problemas y nuestras pequeñas alegrías, desde nuestros márgenes, con nuestras historias personales y nuestras viejas fotos de familia, con el agua que nos da vida desde Yarinacocha hasta el mar, pasando por las cataratas que caen desde cumbres altísimas, seguimos siendo. Kachkaniraqmi. Seguimos siendo un pueblo con muchos caminos que se cruzan; una manta de muchos colores sobre una misma trama.
Arguedas está presente desde la frase que da inicio a la película. Pero yo recordé a Vallejo: "Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él, de frente o transmitido por incesantes briznas, por el humo rosado de amargas contraseñas sin fortuna"
No se la pierdan.